sábado, septiembre 15, 2007

Cuento para el cole

Todo empezó tan rápido…
Nos presentaron a los dos en una fiesta formal de trabajo y nos ubicaron en la misma mesa.
Tomamos asiento uno enfrente del otro y luego de saludarnos con la mano y con un beso en la mejilla, nos quedamos, automáticamente mudos, mirándonos fijo.
No me hace falta relatar la situación, el entorno, ni la hora, ni la gente.
De hecho no hubo nada de aquello.
Habías colocado en un segundo toda mi atención en vos haciendo que el mundo se desvanezca a los costados.
¡Dios! Tenías ese algo… ese TANTO.
Me sonreías apenas haciéndome temblar de pies a cabeza.
Nuestros ojos se rozaron en un instante y el salón explotó en colores,
lloviznaron cristales,
estallaron arco iris en el cielo,
volaron luces, sonaron cantos triunfantes, cantaron los pájaros en mi corazón.
Ahora nos mirábamos a los ojos.
Y como un sueño atractivo, tus ojos me incitaron a desgastarme en vos, derretirme en tu cuerpo y renacer sobre él como la primera luz.
Tu aliento, y tu rostro inalcanzables todavía, pero ahora como una nueva meta. Recorrernos el uno al otro, conocernos, sentirnos, saborearnos, entendernos.
No sabría cómo, pero estuve seguro de que vos también fantaseabas dulcemente con que algún día explotáramos radiantes, juntos en la inmensidad del mundo, del bosque, de las ciudades, brillando, brillando como jamás nadie hubo brillado.
Brillando tanto como tus ojos en mi oscuridad aquella noche.

En el medio de mi viaje al paraíso en elefantes rosas, una tormenta de aplausos me despertó y me trajo devuelta al mundo,
la mesa redonda, el salón, el discurso de agradecimiento que iba a leer el presidente de la empresa.
Me sentí estúpido al haber creído real aquel delirio del “enamoramiento a primera vista”.
Intenté seguir las primeras líneas del discurso pero volví a sumergirme en mi estupidez enamoradiza: volví a mirarte.
Ahora mi corazón danzaba al compás de los colores tibios de tus ojos que me atrapaban.
Me dejaban atontado y meneante en un mundo de puertas abiertas y caminos desconocidos pero tan deseados, tan tentadores.

Y otra vez
la melodía que penetraba en mi corazón,
la que cantabas vos,
la que bailaba yo.
Solo.

Terminó la fiesta… y entre el bullicio y el público que se amontonaba en la salida intenté seguirte hasta la vereda, bajo la fría noche bonaerense. Lo que vi a continuación me permitió (obligó) dejarte ir para siempre, a vos y a mi ridícula obsesión pasajera.
Estúpido, aunque voluntario, final. Te vi saludando a tu novio con ese beso que yo tanto deseaba, caminando juntos de la mano, olvidándome, como me lo confirmo tu espalda imponiéndose a mis ojos.
Al fin y al cabo ¿quien eras? Alguien desconocido. Con tu vida. Tu trabajo, tu pareja. ¿Quien sabe? tus hijos.
Me di vuelta… Respiré profundamente, como despertando de un sueño.
Paré un taxi.
Volví a casa.

1 comentario:

MIL dijo...

Lo viví. Quien no? Pero yo, elegí no despertar del sueño. Sigo soñando con haber sido algo mas que un sueño.